Algunos ciclistas dicen que el verdadero miedo no está en las películas de terror, sino en las avenidas mal iluminadas. Porque, seamos sinceros, el miedo en la bici se siente de verdad cuando escuchas un motor detrás, cuando la cadena cruje o cuando un perro decide hacerte una carrera improvisada.
En esta época de Halloween, los fantasmas cambian las sábanas por cascos y los sustos por pedales. Cada ciclista lleva dentro una colección de historias dignas de una rodada nocturna: anécdotas que comienzan con “no sabes lo que me pasó ese día…” y terminan con risas nerviosas y un “por poco no la cuento”.

El carril embrujado y el miedo en la bici
Esa noche, el carril derecho parecía más estrecho de lo normal. El aire olía a pavimento húmedo y las luces de los coches se reflejaban como ojos vigilantes. De pronto, un rugido de motor rompió la calma. El ciclista, firme sobre el manubrio, sintió el roce del aire a centímetros de su hombro. No fue un fantasma, pero la sensación se le quedó grabada como un susto bien contado.
Desde entonces aprendió que la visibilidad no es una opción, es un hechizo moderno. Luces delanteras, reflectores, ropa brillante y una postura segura son la mejor defensa. El tráfico no da miedo cuando sabes hacerte ver.

La maldición del pinchazo y otros horrores mecánicos
Hay ciclistas que temen a las bajadas, y otros que temen al sonido del aire escapando de una llanta. Nada arruina más una noche que el pssshhht inesperado del neumático. Es como si la bicicleta te dijera: “ay que aburrimiento, y si me poncho”.
Pero no hay maldición que un parche no pueda romper. Un kit de reparación, una bomba y un poco de paciencia son todo lo que necesitas para seguir rodando. Cada pinchazo enseña que el miedo mecánico se vence con prevención, no con pánico.

Miedo en la bici: cuando la oscuridad respira
Rodar de noche tiene su encanto y su misterio. Las calles vacías, el viento frío y las sombras que parecen moverse solas. El miedo en la bici se vuelve casi poético cuando el alumbrado escasea y solo tu faro guía el camino.
Sin embargo, la oscuridad también revela la ciudad desde otra perspectiva. Lo que en el día parece caótico, de noche se vuelve íntimo. Un recorrido bajo la luna, con buena iluminación y confianza, convierte cualquier susto en aventura. Y si de emociones fuertes se trata, siempre puedes atreverte a recorrer los lugares embrujados en CDMX para ir en bici. Quizá encuentres una historia que contar… o un fantasma que te acompañe de regreso.

El ladrido del más allá
No hay ciclista que no haya sido perseguido por un perro con vocación de velocista. Empieza con un ladrido lejano, luego un segundo, y antes de darte cuenta estás compitiendo por tu vida. El miedo al ladrido es tan clásico como los pedales.
El secreto está en la calma. No gritar, no hacer movimientos bruscos, mantener la velocidad y la línea. A veces basta con ignorar la persecución para que el perro se canse antes que tú. En esas carreras inesperadas, el verdadero susto es perder el equilibrio, no la compostura.

Cuando el miedo en la bici se vuelve real
Hay sustos que no se olvidan. El golpe seco del pavimento, el grito de un freno tardío, el instante en que todo se detiene. El miedo en la bici alcanza su punto más alto cuando se cruza con la imprudencia. Una puerta abierta sin aviso, una curva mal tomada o un conductor distraído pueden cambiarlo todo.
Pero hasta de los accidentes se aprende. Ajustar los frenos, revisar la bici y usar casco no son rituales, son hábitos de supervivencia. Cada ciclista que se levanta del suelo lleva una lección tatuada: no hay miedo que no se supere con tiempo y precaución.

El ridículo: el susto que más se cuenta
No todos los temores se disfrazan de peligro. A veces, el mayor miedo en la bici surge en los momentos menos heroicos: cuando frenas antes de tiempo, confundes la marcha o terminas en el suelo frente al semáforo. El golpe no duele tanto como las miradas curiosas que preguntan si fue parte del espectáculo.
Aun así, el humor siempre gana. Cada error se convierte en anécdota, cada tropiezo en una historia que hace reír después. El miedo al ridículo es el más fácil de vencer: basta con levantarse, sacudir el polvo y seguir pedaleando. Porque todos, alguna vez, hemos protagonizado nuestro propio blooper sobre ruedas.

Cómo vencer el miedo en la bici y disfrutar la rodada
El miedo no desaparece, aprende a rodar contigo. Un día teme al tráfico, otro a la lluvia, y al siguiente, a una bajada empinada. Pero con cada kilómetro, se vuelve más dócil. Superar el miedo en la bici no es cuestión de valentía, sino de constancia.
Revisar tu bicicleta, respetar las normas y compartir el camino son tus mejores escudos. Y si hablamos de sustos reales, nada da más miedo que un conductor imprudente. Por eso vale la pena conocer las multas por invadir la ciclovía: una lectura que, más que asustar, debería hacer reflexionar.

Epílogo: que los sustos te encuentren rodando
El Halloween pasará, pero los sustos en la bici seguirán ahí, escondidos en cada curva y en cada frenada. Y aun así, todos volveremos a salir. Porque más allá de los ruidos, de los baches y de los sobresaltos, pedalear es un acto de valentía cotidiana que se renueva con cada pedaleada, incluso cuando la oscuridad parece más densa que nunca.
La próxima vez que el miedo te susurre al oído, sonríe. Dile que no hay historia de terror que te detenga, que los verdaderos héroes no llevan capa, sino casco, cadena engrasada y la firme intención de seguir rodando, aunque el camino se torne incierto. Cada ciclista tiene su propio relato… y el tuyo apenas comienza.